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Somos un grupo de jóvenes, estudiantes y egresados del Colegio San José que vibramos por la espiritualidad ignaciana y queremos transmitirla a otros para que logren encontrarse a sí mismos, a Dios y mediante ello, comprometerse con su realidad.

martes, 14 de junio de 2016

Día noveno: al encuentro del abrazo



Siempre hay alguien que nos espera. El saber esta gran verdad nos impulsó a bajar de la montaña con la mochila llena de nuevos amigos y herramientas para la vida, pero sobre todo reconciliados con nosotros mismos y sobre todo con Dios. Eso es lo que nos deja esta experiencia sin igual de la que salimos renovados, sabiendo que Dios se hace presente en la multitud de mediaciones que constituyen nuestra vida.

Como esos signos especiales de la vida, estaban las familias esperando pacientemente en el Colegio San José. Una de las hermanas de un cursante, advirtió que se acercaban los buses. "Mami, ya vienen, ¡ya vienen!", decía ella con gran emoción, causando que los corazones de las madres se acompasaran al de los padres y latieran más fuerte. "¡Ay, llegó mi niño!", decía otra madre de uno de los jóvenes mayores de la experiencia. Rápidamente, como si lo hubiesen ensayado en previas oportunidades, padres, madres y hermanos se hicieron en una calle de honor frente a la puerta del Colegio San José. En medio de ellos el escudo del Colegio, representando a todos los ausentes. Más que las familias recibiendo a sus hijos era el corazón de todo un colegio y en él el de cada uno de los colegios invitados.


¡Tras! se abrió la puerta de la primera van y con ella salió la primera niña. Se escuchaban aplausos y gritos de emoción, mientras a los ojos de los presentes se dio el abrazo más esperado y soñado por tantos días, el de la madre con su hija, aquel abrazo que no hizo falta de palabras porque el lenguaje del amor lo dice todo y sólo una madre conoce a sus hijos cuando los toma desde sus entrañas, sean estos infantes o avanzados en edad.


La sonrisa no se hizo esperar y poco a poco, de cada una de las vanes de Berlinas Tours fueron bajando uno por uno, mientras la escena se repetía una y otra vez, con cantos y lágrimas de alegría, con el constante: "Hijo, cómo te extrañé", "Mami, me hiciste falta", como si la sola distancia hubiese renovado las asperezas, preparando los brazos para estrecharse hacerse uno en ese punto de llegada que es al mismo tiempo el de partida, el sabernos abrazos, queridos, extrañados.

Ciertamente los padres tenían mucho más que sus abrazos para recibir a sus hijos, como si estos por si solos no fueran suficientemente necesarios para traer el alma al cuerpo. Ricas viandas con deliciosos alimentos locales llenaron el hambre de los jóvenes, que llevaban casi tres horas en los vehículos; tortas, pudines y pasteles amenizaron el encuentro mientras cada uno de los viajeros llegaban mientras sus padres en la puerta los esperaban como si fuera esa la primera vez, la única vez, la última vez acaso que miraban a sus hijos y les decían todo lo que había en el corazón.




Entre los jóvenes, ya ahora excursantes, se daban también los abrazos y se decían sus sentimientos, sabiendo que ya se acercaba la despedida. Ciertamente esta experiencia nos hizo más humanos, más amigos, y más de Dios que en cada reencuentro renovaba su abrazo y su compromiso de amor a los jóvenes que Él también esperaba tras el descenso de la montaña. Algún día de nuevo el corazón del mundo habrá de congregarnos y nosotros habremos de responder su invitación. Ojalá sea pronto.




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